Imagínate decirle a alguien que está en silla de ruedas que si ha probado a levantarse. O, mejor, dile a alguien a quien le han amputado el brazo derecho que comiendo bien seguro que le crece. Si todo esto te parece una locura, ¿por qué a mí me dices que la depresión se me va sin azúcares añadidos o saliendo a correr?
Hemos escapado a medias del tabú que representaba la salud mental. Hemos dejado de llamar locas a las demás por absolutamente todo y tenemos muchísimo cuidado de no decir retrasada cuando nos referimos a alguien que tenga una diversidad funcional. Coño, hasta nos hemos inventado «diversidad funcional» para todo aquello que es diferente a lo que tenemos como «normalidad funcional». Voy a ponerte un ejemplo para que te pongas en mi situación (y en la de millones de personas en España que, por si no lo sabías, es el cuarto país de Europa en el ranking de más depresiones).
Imagínate que vas en coche con una amiga y que tienen un accidente. Cuando despiertas tienes un par de magulladuras mientras que tu amiga se ha quedado paralítica. Obviamente las doctoras se preocupan de ella, de cómo se siente, de cómo le afecta el cambio. No me malinterpretes, con lo mal adaptado que está todo, es una tremenda putada ser tu amiga, pero sígueme escuchando.
A ti, por otro lado, te dicen que lo tuyo no es para tanto. Un mar de morados que se quitarán con unos días y unas molestias completamente normales. A ti nadie te pregunta cómo estás, de hecho, cuando empiezas a dejar de comer, de ir en coche y transporte público y a sufrir estrés postraumático y vas al médico para que te ayude, pero te dice que tuviste suerte de no quedarte paralítica como tu amiga. Que pruebes a salir más, a coger otra vez el coche. Que lo de no comer te viene bien porque así te quitarás de encima esos kilos que te sobran.
Y meses después tu amiga sigue paralítica.
Pero tú, por otra parte, tienes una depresión del copón, has desarrollado una serie de TCAs gracias a que la médica te trató más por gorda que por lo que te ocurría, no has vuelto a salir a la calle por el miedo que te da volver a tener otro accidente y, además, sufres ataques de pánico a diario. Con todo eso encima, la voz del doctor te retumba en la cabeza: has tenido suerte. Solo te pasa todo eso. No te faltan las piernas. Tienes. Puta. Suerte.
¡NO!
No hace falta que te falte una extremidad o que te ocurra algo físico para que una profesional de la salud te atienda como es debido. No todo el mundo tiene dinero para una psicóloga (incluyéndome a mí) y el primer contacto al hablar de salud mental con tu médica de cabecera es CRUCIAL. Si la doctora de turno que te atiende no le da importancia e ignora todo lo que le has contado, vas a interiorizar que estás exagerando y que solo necesitas unos cambios en tu vida para mejorar.
Y cuando todos los cambios sean imposibles porque implican salir de casa, interaccionar con otras personas o mirarte al espejo, creerás que es culpa tuya, que es tu dejadez, que es tu incapacidad.
No lo es.
Sí, está demostrado que una mala alimentación está relacionada con la depresión, ya que la mayor parte de serotonina es producida en el intestino y existe una conexión indiscutible entre el cerebro y el intestino. Eso no quiere decir que por saber eso vayas a tomar buenas decisiones, de hecho, la toma de decisiones se ve muy afectada con ciertos trastornos y enfermedades mentales. Cualquier intento de rutina se ve imposible y sin un propósito claro, por lo que prácticamente cada vez que lo intentes durarás un par de días y te rendirás. No lo digo yo, te lo está diciendo tu enfermedad, te lo está diciendo tu cuerpo.
El trabajo de tu médica de cabecera es hacerte entender que tus síntomas son válidos, tanto como un dolor físico, y que para tratarlos como es debido debe derivarte a salud mental. Es muy difícil hablar de lo que nos ocurre cuando no sabemos qué es exactamente, y hace un año cogí valentía para llamar a mi centro de salud y explicar lo que me pasaba. Y aquí es donde empieza el drama.
Soy una persona que se pudo permitir, en su momento, ir a terapia, por lo que conozco los diagnósticos de varias profesionales y todas estaban de acuerdo en lo mismo: tengo depresión crónica. Llevo más de la mitad de mi vida luchando para levantarme de la cama y afrontar el día a día. Ni exagero ni sufro de más, es que mi cerebro no produce las mismas hormonas que el tuyo. Por lo tanto, cuando solo quería morirme y necesitaba dormir porque llevaba casi un año sin hacerlo, acudí a mi doctOr de cabecera. Un señor muy desagradable que me llamó mentirosa, me terminó colgando el teléfono diciéndome que no podía hacer nada por mí, negándome ir a salud mental, diciéndome que era imposible que llevase tantos años deprimida y que necesitaba pruebas. Y aquí vuelvo con el ejemplo.
Si no estoy paralítica, ¿no estoy sufriendo? ¿No me merezco respeto y credibilidad? Si alguien dice que le duele la cabeza, le mandas un paracetamol. No le preguntas que qué pruebas tiene de que le duele. ¿Por qué tengo que ganarme el derecho a que me crean? ¿Por qué se nos trata como a pacientes de segunda?
Obviamente puse la reclamación que se merecía y me cambié con una doctora que ha sido mi ángel de la guarda. Desde la primera cita que tuve con ella me hizo sentir escuchada, estuvo CUARENTA minutos conmigo escuchándome llorar como una magdalena y me pidió en seguida cita con salud mental. PORQUE ERA MI DERECHO. Algo que otro médico me había quitado. Y por eso es tan importante que si eres una profesional que atiende a los demás, entiendas que somos personas y que que algo no sea físico no implica que sea inexistente. El primer contacto es significativo porque es lo que te hará saber si necesitas ayuda o no. Mi doctora siempre se acuerda de mí y me lleva el seguimiento de forma muy personal. Y, aunque no es culpa suya, llevo seis meses esperando a una psicóloga. Con los antidepresivos que me mandó mi psiquiatra, sí. Pero SEIS meses esperando por terapia.
Si alguien va con intenciones de suicidarte a tu consulta y la psicóloga no puede atenderle hasta dentro de seis meses… ¿qué crees que va a pasar?
Yo no me suicidé porque acepté mi medicación y le di tiempo. No todas tenemos esa paciencia ni esas ganas de salir adelante. Si me llego a morir, ¿de quién sería la culpa? Mía no. Yo necesitaba y necesito ayuda, y me tienen SEIS meses esperando sin terapia, algo indispensable y complementario a tener medicación. Porque la medicación me ayuda para la depresión y para poder dormir, no para el resto de trastornos que sigo teniendo y con los que sigo combatiendo y me hacen la vida difícil.
No es culpa de la psicóloga, tampoco. Solo hay una en mi centro de salud para TODAS las personas que van. Por lo tanto, ¿no sería mejor para aquellas personas que sufrimos de estas enfermedades que hubiesen más psicólogas disponibles? Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando en el puente Zurita se tira alguna. Pero la hemos ignorado, hemos hecho que sienta que se merece vivir así y hemos esperado a que ocurra. Es culpa de todas.
No podemos esperar a que nos pasen las cosas a nosotras para que nos importen. Debemos hacer oír lo importante que es la salud mental, y que la forma de prevenir los suicidios no es subir fotos a instagram, es hacer una petición a la que hagan caso para que aumenten el número de psicólogas por hospital. Es concienciar de verdad. Es contratar a médicas que sepan tratar a las personas como personas.
Es cuestión de humanidad.