Llevaba toda la vida convenciéndome a mí y a las demás de que yo era una persona triste. De que el mundo se dividía en dos: aquellas que nacían con la suerte de ser felices y las que nacíamos marcadas con la tristeza y debíamos hacer de tripas corazón y sufrir en silencio, como nos han enseñado los anuncios de las almorranas. Nada más lejos de la realidad y nada más dañino.
Sí, el verbo que he decidido utilizar es necesitar. Porque, lo creas o no, hay cerebros que necesitan un apoyo farmacológico para pasar por los mismos procesos que tú pasas de forma natural. Porque la depresión es una enfermedad que puede durar un suspiro o una eternidad y, si se cronifica, no puedes ignorarla. Antes de contarte lo bonito, lo feo y lo malo de la mierda que estoy metiéndome en el cuerpo, te voy a explicar cómo saber si eres de mi equipo y si, realmente, necesitas medicación.
No solo tú te haces eco de la mentira de que puedes con todo y de que te ha tocado joderte para siempre, sino que tendemos a rodearnos de personas que, por falta de información, piensan, también, que la medicación es lo peor que puedes hacerle a tu cabeza. Y no te voy a mentir: no son gominolas, no son suplementación, no es algo que puedas decidir implementar en tu dieta para un subidón de energía. No estamos hablando de anfetaminas ni de café. Estamos hablando de aquello que nos permite que nuestro cerebro produzca las señales adecuadas, segregue las hormonas que necesitamos y estimule aquello que tenemos apagado.
Lo que tienes que tener claro si te estás planteando (o, como en mi caso, si te han aconsejado varias especialistas) empezar a medicarte es si realmente has normalizado una situación que no es normal. Te explico: a todas nos ha afectado un encierro derivado de una pandemia y muchas personas han experimentado periodos depresivos o ansiosos por la adaptación a esta situación, e incluso han necesitado medicación para sobrellevarla; pero se sabía la causa y que era algo puntual y pasajero. En mi caso, yo llevaba un año sin dormir por culpa de mi depresión, que se me ha cronificado desde los doce años y seguirá conmigo hasta que no esté. Cada día mi cuerpo sufría muchísimo solo por mantenerme con los ojos abiertos y cada noche se castigaba porque mi cerebro titilaba, como una vela que no llega a apagarse, diciéndole todo lo que tenía que pensar y mantenerme despierta. Y llegué a pensar que esa tenía que ser mi vida ahora. ¡No! Si tienes varios factores que no puedes cambiar y que te impiden llevar una vida que te gustaría, es un buen momento de pararte a hablar con tu médica de cabecera y que te ponga en contacto con salud mental.
De los primeros pasos es ir a terapia. Si después de hacer terapia y obtener las herramientas que deberían ayudarte a mejorar no mejoras, si sigues sintiéndote mal cada día, a cada momento, si no puedes parar de llorar, si no puedes parar de tener ataques de pánico o de ansiedad, si todo se te escapa de las manos, tranquila, no es culpa tuya. Tu cerebro no se conectó de la misma forma que el del resto de personas que conoces: y eso no te hace ni mejor, ni peor, te hace diferente. Y debes tomar alternativas que también son diferentes. Si ya hemos dejado atrás palabras horribles y utilizamos diversidad funcional, también debemos dejar atrás los tabúes con las enfermedades mentales y los trastornos y empezar a verlos como lo que son, una dolencia, una enfermedad, no una locura. No estás loca, no estás mal hecha: necesitas otro tipo de atención.
Lo fácil es que te digan que hagas deporte, que comas bien, que salgas, que te acuestes temprano, que hagas rutina. ¿Y sabes cómo se identifica que necesitas medicación? Si eres incapaz de hacer ninguna de las cosas anteriores. Si por mucho que te propones hacer cosas nunca lo consigues, si por muchas ganas que tengas de hacer algo de un día para otro se esfuman y solo eres un saco de frustraciones. Necesitas medicación. Cuando nuestra situación personal no puede cambiar por nuestros propios medios, no debes cargar tu cruz hasta que dentro de unos años estés mejor: debes cuidarte ahora. Y cuidarte no solo es hacer meditación (cosa que me ha sido imposible hasta que he empezado a medicarme) y hablar de lo que te ocurre, también es tomarte tus medicinas porque sabes que, si no lo haces, vas a terminar mucho peor de lo que estás.
Es una decisión que da miedo pero que si tienes apoyo y unas profesionales que se preocupan por tu salud mental podrás llevar sin problemas. Yo ya voy a cumplir medio año con mis queridas pastillas y nunca me había sentido tan eufórica, con tantas ganas de vivir y… tan yo. Tan especial, tan de aprender a coger rutinas y a ser feliz con mis problemas incluidos. Ahora sí, voy a hablarte de todo lo que no debe darte miedo y de todo lo que tienes que saber para empezar este viaje.
Lo bueno
Adiós al insomnio. Los antidepresivos específicos, en mi caso, mirtazapina, te ayudan a que descanses. Si has pasado una etapa muy larga de no dormir, lo lógico es que los primeros meses tu cuerpo quiera dormir largos periodos de tiempo, yo llegué a dormir diez y hasta doce horas al día hasta que mi cuerpo se acostumbró al descanso nuevamente y ahora estoy durmiendo siete u ocho, como muchísimo.
Energía. ¿Quién te dijo que los antidepresivos te iban a dar sueño durante todo el día y que ibas a ser una zombie? Pues seguramente la misma persona que me lo dijo a mí, ya que era de las cosas que más miedo me daban. Pero no es así: tu médica de cabecera y tu psiquiatra se asegurarán de que dependiendo de tu edad, situación y otras variables, lo que te den sea adecuado para tu estilo de vida. A mí me recetaron escitalopram, algo que es bastante genérico y funciona bien a casi todo el mundo, ¡no vas a dormirte por las esquinas! Todo lo contrario: cada vez que hagas algo te notarás más enérgica y agradecida.
Ganas de vivir. Si has pasado por episodios con intenciones suicidas, como yo, esto es un cambio que no vas a notar de golpe. Pasaron dos meses hasta que me levanté un día y no quise morirme. Recuerdo el mensaje que le mandé a mi pareja, atónita: «Adonay, que no me quiero morir. ¿Esto es normal?». Sonará a broma, pero no lo es. Con varios intentos de suicido a mis espaldas, sentir que la vida cobraba sentido era algo nuevo y que estoy saboreando. Mi doctora me lo dijo varias veces: llegará un momento en el que sabrás que la medicación está haciéndote efecto. Y tanto que lo noté. Después de años queriéndome morir, no querer hacerlo es lo que me motiva cada día a seguir tomándome mi medicación.
No más hambre emocional. Una de las cosas que más he sufrido durante el último año era el trastorno por atracón: esa sensación de ansiedad por la comida, ese comértelo todo porque era lo único que me hacía sentir algo parecido a estar bien. Y gracias a la medicación mis niveles de leptina y de ghrelina se han adaptado, también, ¡y ya no tengo hambre todo el día! Cosa que también causa mi síndrome de ovarios poliquísticos (tema que me da para otra entrada). Sentir hambre real es una experiencia enriquecedora, de hecho, gracias a la medicación he podido ayunar durante 24 horas y he sentido una conexión con mi cuerpo, la comida y mi relación con ambas que me hace tremendamente feliz. No quiero decir con esto que el objetivo de los antidepresivos sea pasar hambre, a lo que me refiero es a que te ayuda a contemplar la comida como algo que te nutre y no como algo que te suple una carencia emocional.
Recuperar las ganas de hacer todo lo que te gusta y mejorar tu capacidad de mantener rutinas a largo plazo.
¿A que parece que soy de una farmacéutica? Bueno, ahora te comento lo no tan bueno.
Lo no tan bueno
Síndrome de Dori o pérdidas de memoria a corto plazo. Si eres como yo esto es algo que asusta muchísimo, ya que confiamos en nuestra memoria y somos agendas andantes. Eso se acabó. Las tonterías, las citas con el médico, la lista de la compra, todo lo que antes recordabas, se te va a olvidar. No lo digo yo, lo dice cualquiera que toma este tipo de medicación: el cerebro ya no está alerta las veinticuatro horas, por lo que hay tareas que identifica como no tan importantes o inmediatas, así que esa urgencia perece y todas nuestras reuniones deben quedar apuntadas. Un pequeño precio a pagar por un gran alivio, diría yo.
Subidas o bajadas de peso. Esto no debería preocuparte en lo más mínimo a no ser que llegue a un punto en el que tu peso aumente o disminuya demasiado, ya que si lo que te preocupa es engordar, no te estás cuidando. Es mejor tener ganas de comerte el mundo y engordar a consecuencia que quererte pasar cada día en la cama sin hacer nada con tu vida, ¿no? No le tengas miedo, tu cuerpo se adapta todo y normalmente los problemas con el peso a largo plazo no se mantienen, solo deberás calcular tu TDEE con mayor frecuencia, y prometo enseñarte a hacerlo en alguna entrada próxima para que esto no sea motivo de que no quieras avanzar en tu vida.
Mareos. Este apartado es muy relativo y depende de qué antidepresivo te manden. A mí me dieron mareos durante un mes y de pronto han desaparecido. Es algo a tener en cuenta si en tu vida eres muy activa, ya que un mal mareo puede ocasionar un tropezón o una caída que queremos evitar.
Sensación de adicción (no realista). Es verdad que le das poder a una medicina para estar bien, pero eso no quiere decir que tengas que sentirte mal por ello. Si las necesitas de por vida porque es tomártelas o morirte, obviamente tómatelas. En mi caso, yo estoy ya contemplando alternativas más naturales para ayudar a mis procesos químicos, pero eso no quiere decir que cuando me vea bien para dejarlas, si veo que empeoro como antes, no vuelva a tomarlas, todo lo contrario: hay que aceptar que si necesitas algo, el remedio no es peor que la enfermedad. No hay nada peor que no vivir.
Conclusión
Habla con una especialista, ten una médico de cabecera que se preocupe por ti, háblale a tus amistades y familiares de cómo te sientes y deja de pensar que el problema lo tienes tú porque otras personas pueden vivir sin medicación: no eres esas personas. Cuídate. Solo hay una tú en todo el universo y no nos queremos quedar sin ella.