¿Quién no ha querido cerrar los ojos y que al abrirlos aquello que nos hace miserables haya desaparecido? Siendo realistas, el mundo jamás se detendrá para que nosotras pongamos en orden nuestros asuntos. Así que seguramente estarás pensando: ¿y yo cómo coño arreglo mi vida si parece ser una cadena de desgracias que no termina nunca? Quédate cinco minutos conmigo y te cuento cómo pasé de querer morirme a disfrutar de lo que antes me hacía sentir mal.
Convivir con una enfermedad mental es de lo más difícil que existe. En mi caso, la depresión se llevó por delante absolutamente todo lo que más quería: escribir, mi independencia, mis aspiraciones personales. Todo. Lo que antes me daba satisfacción llegó a darme asco. No le veía sentido a mis metas, no contemplaba que existiese algo llamado «a largo plazo» y buscaba únicamente lo que me ofrecía satisfacciones instantáneas, por lo que desarrollé un trastorno por atracón que me llevó a quererme y cuidarme cada vez menos. Desde fuera todo es sencillo: muévete, haz deporte, cuida tu salud, come bien, relaciónate. Pero cuando padeces una enfermedad que te quita el poco poder que te queda, las tareas más sencillas se hacen imposibles.
Cada vez hablaba menos con mis amistades. Cada vez salía menos. Mis relaciones se atrofiaban, al igual que mis músculos, cansados de estar echados todo el día intentando dormir sin conseguirlo. Me pasé un año sin poder dormir ya que la depresión me había derivado en un insomnio que me permitía dormir, con suerte, tres horas al día. Y cuando todo falla y no le ves sentido, llega un punto en el que no hay vuelta atrás: o te matas o pides ayuda.
Cuando pensé en tirarme por la azotea, cuando pensé en cruzar aunque pasase un coche, cuando me planteé tomarme una sobredosis de pastillas o darme de hostias contra la pared hasta reventarme la cabeza… vi la luz. Realmente no quería morirme.
Necesitaba ayuda.
¿Quién quiere sentirse como una inútil cada día de su vida? Sentir que no vales para nada, que todos tus esfuerzos caen en saco roto y que la vida te quita todo lo que te hace sentir bien. ¿Quién puede vivir así?
Te sorprendería saber que todos los cerebros no funcionan igual y que pedir ayuda cuando sufres una enfermedad mental es la tarea más ardua y jodida que te puede venir. Sufro depresión desde los doce años y absolutamente todas las psicólogas que me vieron me aconsejaron derivarme a psiquiatría y apoyar la terapia con fármacos. Pero la palabra antidepresivo me hacía sentir enferma. Y, para las que estamos enfermas, admitir que necesitamos, en ocasiones, medicarnos, es admitir una debilidad que no creíamos tener. Porque siempre hemos podido con todo, aunque nos sintiésemos como una basura a diario. Pero es que el objetivo en la vida no es sentir miseria, es vivir. ¿Le dirías a una diabética que no tomase insulina?
Te dejo esa pregunta mientras te sigo contando mi vida, ya que tanto te interesa. Cuando tus únicas dos opciones son morirte o aceptar ayuda, deseo de todo corazón que elijas la misma ruta que yo y decidas lo segundo. Aquí te dejo las pautas que seguí yo para dejarme ayudar.
1.Debes tener un círculo cercano que te quiera y te haya demostrado en muchas ocasiones que puedes contar con ellas. Necesitar reafirmación constante de que no eres una carga es algo que va de la mano con mis trastornos, y tener las amistades que tengo y la pareja que tengo me ayudó a tomar la decisión correcta.
2.Habla de lo que te ocurre. Para las personas que te quieren (que son más de las que creemos la mayoría de las veces) no hay mejor plan que saber cómo estás y cómo están. Cuéntales cómo necesitas que te ayuden, ya sea acompañándote a terapia o llamando por ti a esas consultas que tanto miedo pueden llegar a dar.
3.No demonices la medicación. La vida ya es lo suficientemente injusta y mala como para obligarte a sentirte mal todos los días de tu vida. Si necesitas un apoyo farmacológico porque tu cerebro funciona de forma distinta que al de otras personas que hayas conocido con tus mismos trastornos, dáselo. No porque haya personas que viven sin medicación teniendo la misma enfermedad mental que tú quiere decir que tú seas igual que ellas.
4.Crea lugares seguros e intenta que no sean personas. Cuando sientas que vas a derrumbarte y a hacer algo que va a perjudicar tu salud, busca una actividad que te ayude a relajarte, ya sea caminar, correr, dibujar, leer… lo que sientas que va a permitirte salir de un estado dañino. Y cuando me refiero a que no utilicemos a las personas como espacios seguros, es porque lo ideal es poder acceder a ellas en cualquier momento, no solo cuando están disponibles, y debemos tener en cuenta que, al igual que nosotras tenemos problemas, las demás personas tienen su vida y los suyos, y no deberíamos cargarles con que siempre estén disponibles para nosotros. ¡Búscate un hobby, carajo! Ayúdate y ayuda a los demás.
Ahora voy a hablarte de distinguir (para hacerte la existencia más fácil) entre cosas que dependen de ti y cosas que no.
Tenemos que admitir y que asumir que mucho de lo que nos atormenta no nos obedece. ¿Qué quiero decir con esto? Que por mucho esfuerzo, empeño, noches sin dormir y días obsesionada con lo mismo, no lo vas a poder cambiar porque no depende de ti. Fastidia, sí. Si dependiese de nosotras al 100%, nuestras vidas serían de ensueño desde que nacemos y deseamos tener un establo lleno de caballos hasta que crecemos y queremos millones de euros para todos nuestros proyectos. ¿Te imaginas que el universo te hubiese concedido todo aquello que deseaste cuando eras una niña por arte de magia? Todos los cambios en la realidad que habrías provocado serían, seguramente, irreparables. Por lo tanto, partiendo del ejemplo de lo loco que nos resulta que se nos conceda mágicamente ser astronautas o que nuestros dibujos cobren vida, debemos tomar todo aquello que no está en nuestra mano como igual de inalcanzable a nuestro control.
Dejar el control a quien tiene que tenerlo también es una forma de cuidarnos y poner límites a nuestras aspiraciones personales. Un ejemplo práctico es conseguir trabajo (algo que llevo persiguiendo dos años y que, como no está en mi poder, no he conseguido): por mucho que quieras tenerlo, no van a llamarte de ninguna empresa por pensarlo más. ¿Quiere decir esto que no pongas currículums ni hagas llamadas? ¡Por supuesto que no! Todo lo contrario, lo que estamos buscando es que todo tu empeño lo pongas en objetivos realistas y que no pierdas energía en enfocarte en algo que solo te mata por dentro.
Como consejo te diría que te sentases a hablar contigo misma y descubrieses qué es lo que realmente te tiene en un sinvivir. Una vez hayas localizado tus preocupaciones, desglósalas en objetivos que puedes conseguir de forma directa y en aquellos que no puedes. Por ejemplo: cambiar tu forma física es algo que consigues de forma directa, nadie va a hacer ejercicio por ti ni va a cambiar tu alimentación por ti. Si ese es tu objetivo y es algo que como ves depende de ti, divídelo en pequeñas cosas que puedes ir incorporando para llegar hasta él.
Por otro lado, aquello que no depende de ti directamente, como es encontrar trabajo, necesitas enfocarlo de otra forma, ya que no te puedes llamar a ti mismo y ofrecerte un empleo (a no ser que te quieras embarcar en la aventura de ser autónoma, algo que no te recomiendo si no tienes buena salud mental). Por lo tanto, deberás poner objetivos realistas que sí recaigan en ti para optimizar tus resultados, como es dejar currículums, hacer cartas de presentación personalizadas para cada empresa, llamar a las mismas para asegurarte de que han recibido tu información, darte de alta en EETs…
El 2020 fue duro para todas. Espero que esto te ayude a contemplar el 2021 y los años que te quedan como oportunidades para ser feliz y no una cuenta atrás para dejar de sufrir.