Por qué si soy una yegua soy estúpida y si soy un caballo soy habilidosa (y otros motivos por los que pluralizo en femenino)

No importa si eres monogenista o poligenista, aquí en lo que coincidimos todas es en lo jodidamente brillantes que fuimos para ser capaces de crear un método de comunicación que no consistiese en soltarnos gruñidos y darnos patadas.

El lenguaje, aquello que nos permite hacernos entender y que nos entiendan. Algo que hoy por hoy es tan inherente a nosotras como el respirar. El poder que tiene es innegable. Y, por eso mismo, tenemos que darle la importancia social que se merece.

¿Por qué insistimos en pluralizar de forma masculina sin ser necesario para el entendimiento?

¿Por qué insistimos en un lenguaje machista que relega a la mujer a mera comparsa y añadido del género masculino?

Se nos están acabando las excusas de que «lleva siendo así toda la vida» es válido y por lo tanto debemos aplicarlo sin cuestionarnos la raíz del por qué se mantiene algo tan obsoleto. Si el lenguaje evoluciona según las necesidades de las personas que lo utilizan, ¿por qué se persiste en esta lucha sin sentido de no permitirse pluralizar en femenino?

Pongamos un ejemplo. Ana ha ido a una reunión de trabajo a la cual únicamente ha acudido un hombre. Cuando se dirige a toda la sala, pongámosle, de otras veinte mujeres sumadas a Juan, que está ahí sentado como todas las demás, pluraliza en masculino. Por el único motivo de que, si usa el femenino, Juan, automáticamente, parece obligado a ofenderse. «¿Por qué hablas como si no estuviera?», preguntaría, indignado, ante la osadía de Ana a hablar con el plural femenino por el mero hecho de que son mayoría. «Pues imagínate cómo se sienten las otras veinte mujeres cuando ignoro que son mayoría por hacerte a ti el principal recibidor del mensaje».

Pongamos otro ejemplo. Esta vez están dándole una charla a Ana en el instituto, y, aunque de forma evidente ha acudido más público femenino que masculino, la persona que la imparte utiliza el plural masculino. Ana se calla, porque aunque no entiende por qué se tiene que hacer al hombre, constantemente, recibidor principal del mensaje, está acostumbrada. Se ha criado a la sombra del lenguaje. Y a la hora de quejarse, todavía le dirán que «no se van a parar a contar cuántas mujeres hay y cuántos hombres para usar el plural que ella considere necesario». Y Ana, en todo su derecho, podría responder «pero sí que te paras a ver si existe, entre cientos de mujeres, un solo hombre, para poder así volver a usar el pretexto del buen uso del lenguaje».

Y es aquí cuando revelo que Ana somos absolutamente todas las mujeres que hemos escuchado las risitas innecesarias al usar el plural femenino cuando hay algún hombre en el grupo. Mofas de otros individuos masculinos, arraigados al concepto de que la feminidad les vuelve débiles hasta el punto de que condicionan todo el lenguaje en base a ese criterio absurdo. Hartas de escuchar al interlocutor disculparse por utilizar el femenino en caso de que haya algún varón y no se le haya prestado la atención necesaria a su sexo, como si el hecho de que le metiesen en el mismo saco que a nosotras fuese una patada a su hombría. Pero vamos a ver, Juan, ¿por qué yo tengo que darme por aludida cuando hablas en masculino y tú eres incapaz de hacerlo cuando no todo se adapta a ti y a tu ego frágil?

Venga, apliquemos el damas y caballeros, ya que no nos atrevemos a saltarnos las normas de la RAE, va.

Pero espera, que no he terminado. Yendo más lejos, me atrevo a preguntar… ¿por qué hasta cuando hablamos de animales nos imaginamos siempre que son machos? Vemos un perro y asumimos que es un perro. Y luego preguntas y es una perra. Vemos un gato y asumimos que es un gato. Y luego resulta que es un macho, pero, ¿por qué esa tendencia a ignorar a las del sexo opuesto? ¿De dónde puede venir?

Quizá de la RAE, quizá de la demonización del sexo femenino, quizá de que muchísimas palabras en nuestro sexo son horribles. Soy fan de utilizarlas fuera del significado que se les ha dado convencionalmente, porque, puestas a ponernos críticas, el lenguaje nos deshumaniza a niveles insospechados. ¿Sabías que femenino era (y sigue siendo) sinónimo de débil? Nuestra querida RAE jamás decepciona, porque si empezamos a analizar palabras…

Primero, ¿por qué coño si pongo zorra me indica que vaya a zorro, y ahí ya me explica lo que es? Ignoremos esto, va, no voy a indignarme. Prosigo. Significados.

Zorra: prostituta.

Zorro: persona taimada, astuta y solapada.

Vale, vale, estoy exagerando. Te pongo otro ejemplo.

Gallina: persona cobarde, pusilánime y tímida.

Gallo: HOMBRE fuerte, valiente.

¿Qué? ¿Qué te está sorprendiendo?

Yegua: persona estúpida, tonta.

Caballo: persona que posee amplios conocimientos o habilidades para hacer algo.

Y podría seguir así con todo el reino animal, pero voy a plantarme y a dejarles con un reto…

¿Por qué no prueban a pluralizar en femenino unos días y ven la reacción de su entorno? Les invito a que me envíen algún comentario o mensaje directo en el que me cuenten qué tal las respuestas. Obviamente este texto ha sido inspirado en la cantidad de hombres que han llamado a mi puerta a preguntarme por qué uso mal el plural y siempre hablo como si fuese dedicado a chicas. No, queridOs, mis entradas no son únicamente para mujeres, y, si nosotras fuimos capaces durante toda nuestra existencia de entender que algo iba hacia nosotras sin ser protagonistas directas del mensaje… no sé.

Tomen ejemplo. Y cállense un fisco.

Hola, sí. Soy yo.

¿…te estás preguntando que quién soy, verdad?

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