Meses malos (y por qué no he escrito en el blog desde mayo)

Los propósitos de año nuevo son una estafa.

Pero aquí estoy, intentando cumplir el más básico, el más vital, el más inevitable: reencontrarme con la yo a la que le gusta escribir. Que sé que está ahí, sin dormir, sin comer, sin follar, sin vivir, ansiando que llegue el día en que la rescate y le de todo lo que le debo. Pero, paso a paso. Primero tengo que explicarle por qué no la he dejado escribir durante exactamente ocho meses. Ocho.

Cariño, porque tienes meses malos y días buenos.

Y la vida se te ha quedado resumida en eso. Ciclos negativos que se enlazan de manera intermitente, interrumpidos por pequeños picos de felicidad efímera que te hacían pensar que los meses malos, los jodidos, los innombrables, se habían largado. Pero la esencia de una siempre vuelve y no puedes librarte de lo más visceral: no es que atraigas lo que sientes, es que eres lo que eres. Y da igual cuántas veces intentes esconderte. Si no te afrontas, ¿cómo van a empezar los ciclos buenos?

Si no te aceptas tal y como estás ahora, ¿de dónde va a nacer el cambio a mejor?

Vivir con depresión (entre otras muchas cosas) es una guerra que no se detiene nunca. Cuando te crees que se han detenido los disparos y que por fin puedes escuchar a los mirlos, que puedes perder un segundo mirando al cielo para ver cómo huyen las nubes, que tienes la paz suficiente como para plantearte, siquiera, abandonar el campo de batalla, de pronto, empieza lo que menos te esperabas. El fuego amigo. El boicot hacia tu persona. La sensación constante de insuficiencia y de abandono personal que derivan en una anhedonia que parece no acabarse nunca.

Y, querida yo que ama escribir, la mejor decisión que tomaste en tu vida (cosa que no es difícil ya que no son muchas las cosas que has podido decidir por ti misma) ha sido ir a terapia. Pero cuando te descubriste ahí, con todo lo que tenías encima, cuando escarbaron lo suficiente, cuando hicieron que tus cimientos temblasen como una cachorra en plena lipotimia, decidiste cerrar los ojos. Y eso, yo que ama escribir, también fue decisión tuya.

Llevas ocho meses sin escribir porque, siendo honestas, que sabes que conmigo siempre puedes serlo, no los has vuelto a abrir. Porque te da miedo lo que has visto y no quieres volver a verlo. Porque te han pillado con las manos en la masa y te han dado todas las herramientas que necesitabas durante años para mejorar. Pero no las has querido usar. Porque te da miedo admitir que las necesitas. Porque prefieres dejarte los dientes contra un trozo de madera que admitir que una carpintera necesita herramientas. Porque sabes que engañándote a ti misma, quizá, consigas engañarme a mí. Y por un momento casi me convences de que es mejor no sentir nada en absoluto que sentir la peor de las miserias. Y está bien, es natural querer huir de lo que te hiere, y has seguido el procedimiento más lógico que has encontrado: dejar de disfrutar de todo lo que te hace feliz porque crees que no te lo mereces, y porque, en el fondo, si algo te hace mínimamente feliz, te asusta y al final siempre lo desechas. Porque es mejor ser tú la que decide cuándo se acaba un estímulo y no al revés. Porque así no te preguntas por qué se ha acabado, ni te torturas, nuevamente, con la sensación de insuficiencia. Así no sigues acumulando una resta continua a tu valor propio.

Por eso te empeñas en dejarlo a medias todo. Por ese miedo al fracaso inherente en tu persona. Por eso ibas a publicar la segunda novela en tu cumpleaños y ya vas con cinco meses de retraso. Porque no quieres seguir un camino sin saber si te va a llevar a donde necesitas. Pero, ¿qué necesitas? ¿Por qué no aceptas las cosas como están y lo descubres mientras llegan otras?

Mira, yo que ama escribir, sé que estás ahí, porque soy tú y obviamente no te he visto con las maletas en la puerta. Solo te digo que los meses seguirán siendo malos, porque no existe un año enteramente bueno, y que debes entender que preocuparte de aquellas cosas que tú no puedes controlar solo te traerá más dolor del que ya tienes. Del que ya eres.

Así que vamos a empezar por aprovechar los días buenos.

Y luego los crearemos buenos desde cero.

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