Cuando terminé el último párrafo, cuando retoqué el último fallo, cuando vi la portada y me dije esto está terminado, no podía creérmelo. Después de doce años escribiendo (que no es toda una vida, pero teniendo 23 casi lo parece), por fin había terminado una de las tantas historias que había empezado.
Y es que realmente, cuando siempre te quedas a medias o no te atreves a publicar ni un solo trabajo, crees que lo difícil es terminarlo. Que lo que más te va a costar es ser crítica contigo misma y decir: ok, chachi, fetén, magnífico, sublime, inmejorable. Pero resulta que hay algo todavía más complicado que como crees que no va a llegar nunca ves muy, muy lejos de ti. Como algo que te acecha pero sabes que es incapaz de tocarte. Sin embargo llega el día, y cuando creías que todo serían risas y vender libros… viene la palabra más satisfactoria y, a la vez, espeluznante, que te puedes encontrar cuando estás empezando a darte a conocer como escritora.
Autopublicar.
Parece tan sencillo como irte a cualquier plataforma, leerte sus condiciones, aceptarlas y al jaleo. Pero si vas con esa mentalidad, con la que yo fui… te van a dar por los besos. Y te vas a llevar más de un chasco. Recuerdo cuando empecé a ver dónde meter mi novela, toda contenta, ilusionada de la vida y sin perder ni un segundo la sonrisa, hasta que me di cuenta de que cada plataforma te hablaba de royalties (regalías), plazos de pago, alcance, permisos, blablablé, blableblí, y te echa un poco para atrás.
Luego dices, bueno, ya que estoy aquí. Accedes a cosas que te parecen un poco estúpidas, como que los pagos se te realizan siempre dos meses después de cada ingreso (es decir, que los primeros dos meses, por muchos libros que vendas, te quedas en bragas, y que luego, si no tienes ingresos constantes, no vas a ver un durito, y ya te va a entrar el síndrome del quemequedosindinero), te haces todas las cuentas que te piden, trabajas con todos los programas que te exigen, cumples con cada requisito en los puñeteros filtros y llega lo divertido, ¿no? Ya está ahí. Ya salgo en internet, ya mi nombre va con un título. Y llega la mentira, porque empiezas a informarte sobre posicionamientos y términos que desconocías, y sabes que si te buscan no van a encontrar ni tu esquela. Sin embargo, esto es solo un plus de dificultad añadido a una situación en la que me metí yo solita y desaconsejo completamente a cualquiera.
No tener redes sociales.
Cuando no te conocen ni en tu casa y básicamente estás diciendo, ahora, justo ahora, que ya tienes el libro y ya está publicado, que eres escritora y que tienes una novela… vas a vender tu alma antes que un ejemplar. Todo el mundo me avisó, y yo ignoré, y cuando llegó la hora de hacerme conocer, obviamente, no tenía a nadie a quien contárselo.
Las demás personas tienen sus cuentas, van coleccionando sus seguidores/amigos con los años, y ahí estaba yo, sin recordar el nombre de nadie, pensando en todos los sitios en los que trabajé, estudié y socialicé, única y exclusivamente para empezar por algún sitio a que la gente dijese: coño, mírala, si ha salido de la cueva.
Así que si pudiese mandarme un mensaje a mi yo del pasado, a la que tanto se la sudó todo y la que me está cargando a mí ahora con todo el trabajo, diría algo así:
Priscila, mira, mi niña. Déjate de rollos, hazle caso a tus amigos y hazte redes. No te cierres tanto a la gente y déjales que sepan de ti, que te vean la cara, que sepan que estás trabajando en algo grande y que eres buena. No tengas vergüenza de decir que eres buena en algo, pasa del síndrome del impostor y diles a todos que tienes un libro en marcha. No te esperes al último momento. Infórmate de todos los requisitos desde que tengas casi acabado el libro, para que luego no se te quiten las ganas de disfrutar de lo que has conseguido tú solita.
Así que léete el mensaje si estás empezando, en proceso o terminando. Porque puede que vayas a estresarte haciendo todo por tu cuenta, pero la satisfacción de haber terminado un libro no te la va a quitar absolutamente nadie.
Hola, sí. Soy yo.
¿…Te estás preguntando que quién soy, verdad?