Cuando terminé el último párrafo, cuando retoqué el último fallo, cuando vi la portada y me dije esto está terminado, no podía creérmelo. Después de doce años escribiendo (que no es toda una vida, pero teniendo 23 casi lo parece), por fin había terminado una de las tantas historias que había empezado.
Y es que realmente, cuando siempre te quedas a medias o no te atreves a publicar ni un solo trabajo, crees que lo difícil es terminarlo. Que lo que más te va a costar es ser crítica contigo misma y decir: ok, chachi, fetén, magnífico, sublime, inmejorable. Pero resulta que hay algo todavía más complicado que como crees que no va a llegar nunca ves muy, muy lejos de ti. Como algo que te acecha pero sabes que es incapaz de tocarte. Sin embargo llega el día, y cuando creías que todo serían risas y vender libros… viene la palabra más satisfactoria y, a la vez, espeluznante, que te puedes encontrar cuando estás empezando a darte a conocer como escritora.
Autopublicar.
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